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Tres trucos del periodismos para escribir con impacto

Convierte tu texto en una película electrizante

Por Cicco y Gonzalo Otálora

Hay estrategias a la hora de narrar que buscan devolverle vida al texto. Veamos la primera.

No importa qué te digan: no siempre hay que respetar los tiempos verbales en tus textos. A veces, se pacta una convención con el lector y uno narra en presente, aún cuando todo indica que eso ya ha sucedido tiempo atrás. Algunos le dicen presente continuo. Otros, la maestra de lengua en la escuela, presente histórico. O también: intemporal. La teoría, sin embargo, nos importa un corno.

Ahora bien, aunque parezca simple sutileza idiomática, utilizar el recurso del presente intemporal ofrece muchos beneficios.

  1. Cuando se escribe en pasado, uno da por concluidas las cosas. El relato está, por así decirlo, aplastado en la línea de tiempo. El presente, en cambio, al recrear la sensación del aquí y ahora permite que el lector se zambulla en  un relato donde todo, parece, es posible.
  2. El presente intemporal te abre la puerta a la escenificación. No es lo mismo decir: “José fue a la oficina como todos los días”. Que decir: “Vealo a José  llegando a la oficina como todos los días.”
  3. El presente es movilizador por excelencia. Permite tener una llegada al lector que se acerca prácticamente a la confidencia, al susurro en el oído. Fijate esta comparación.

 

Pasado: “El niño lloró toda la noche. Su madre, que había trabajado 12 horas corridas, no pudo hacerlo dormir”.

Y esta: “Es de noche y el niño llora. Su madre hace lo que puede. Trabaja de día, 12 horas corridas. Pero la noche pasa y ni uno ni otro pueden descansar”.   

El presente es fresco. El pasado, marchito. El presente tiene un aroma a nuevo. Floreciente. Que ayuda a hacer envolvente el relato. Naturalmente, no siempre se lo puede usar y hay que ser cautelosos en no confundir. A veces, basta con una simple referencia del estilo: “Es 15 de diciembre de 1970. Es de noche en casa de los Lizana y el niño llora”. Ya lo ubicaste en tiempo, se entiende que el presente es intemporal.

Normalmente, el periodismo le escapa al presente porque cualquier editor de manual te dirá: pero eso ya sucedió, es pasado. Y se pierden así de jugar con gran cantidad de técnicas que funcionan en provecho de tu texto.  El presente puede transformarse en parte de un estilo. Vas a descubrir la cantidad de cosas que se pueden contar aquí y ahora, dándole un espesor, y abriendo el juego al suspenso de lo que sucederá a continuación.

Esta frase es de John Updike un novelista muy filoso:

“La utilización del tiempo presente tiene como finalidad, en parte, establecer un equivalente del modo narrativo cinematográfico”.

 

 

Cuando alguien, un autor o un periodista, dice que la historia le dicta la forma de narrarla, desconfíen. Es mentira. No digo que mientan, claro, digo que lo afirman sin tomar conciencia de cómo su mirada afecta a la historia.

Cada historia es distinta. Y en algunos casos uno puede decidir arrancar por el final, otros por el medio, otros por el comienzo. Pero la decisión está en uno. Ese supuesto “dictado” de la historia transmitida telepáticamente al autor no siempre transmite los mismos mensajes. Es por eso que hoy quiero que veamos algo central que apunta al lado más creativo de la escritura. Cada historia sólo necesita una forma de contarla. De lo que se pierden, ahora lo sabrás.

Dicen que la gran diferencia entre el novato y el profesional está en la corrección. El que recién empieza, cansado, y admirado por su rapto de inspiración, sólo aceptará corregir palabras mal escritas, puntos mal puestos. Es decir nada que interrumpa ese flujo mágico que, el novato siente, puede ser irrepetible.

En el periodismo, siempre en la redacción hay un novato enojado con su editor. Escandalizado porque le tocan su magia. Se la echa abajo. El periodista con algo de carrera encima, protesta poco. No tanto porque le haya dejado de interesar su carrera y su firma, sino porque entiende que el editor sólo se ocupa en mejorar su texto. Es el que le da el último pulido. Es su primer lector que lo ayudará a que el texto llegue a destino final de la mejor forma.

Hablar sobre esto viene a cuenta de la técnica de hoy:

La paleta de colores.

Podemos pasar la misma información pero jugando con los tonos. Con la infinita gama de variantes y colores que tenemos en nuestras manos. No hay una sóla forma de narrar las cosas, aún un hecho idéntico. Hay decenas.

Esta es una técnica de improvisación del jazz. Los músicos en sus jams sessions toman una melodía conocida, y la hacen chicle. Improvisan sobre ella. La desarman, la rearman, la dan vuelta como media. La aceleran. La ralentizan. Y así.

 

Para graficar la paleta de colores, veamos un ejemplo de un artículo sobre el falso mito de que comer chocolate engorda.  Así salió esta nota publicada en una revista de viajes:

“Amargo, blanco, relleno o con leche. No importa la variedad, difícil es decir que no a un chocolate. Por ello, muchos de los que se someten a una dieta sin consultar a los especialistas creen que es uno de esos alimentos prohibidos a la hora de bajar de peso.

Sin embargo, para alegría de los amantes del exquisito néctar del cacao, un sorpresivo estudio publicado en la revista académica Archives of Internal Medicine asegura que su consumo regular no engorda; y no sólo eso, sino que se lo relaciona con un menor índice de masa corporal”.

La información cruda que aporta el artículo original es:

Un estudio señala que el chocolate no engorda y que reduce la masa corporal.

Todo lo demás es guitarreada del que lo escribe.

 

Hagamos una variante nosotros:

“Si Adán y Eva no pudieron declinar la oferta de la serpiente y aceptar una manzana. Menos aún se hubieran resistido si le traían chocolates. Es cierto, la manzana con el tiempo, tuvo otra aceptación. La recomiendan los médicos, los nutricionistas. En cambio, el chocolate quedó como último bastión de los amantes del dulce, una hobbie exquisito, es cierto, pero poco saludable. Pero el chocolate acaba de tener su revancha. Una investigación, que acaba de ver la luz en la Archives of Internal Medicine, concluyo que no aporta grasas al cuerpo y además, como manzana del postre, ayuda a reducir la masa corporal”.

Ahí dijimos la misma información con una intro diferente.

Veamos una tercera variante, donde busco un dato extra para servir en mi arranque:

“Los argentinos consumen 1,6 kilos de chocolate al año. Los europeos nos superan ampliamente: llegan a 11 kilos. No importa las diferencias culturales, tantos unos como otros disfrutamos el chocolate con una mezcla de placer y de culpa. Es natural: los dietólogos y nutricionistas llevan un siglo haciendo campaña sobre cómo el chocolate se relaciona al acné, a la obesidad y hasta, a una obsesión por los dulces. Pero a toda maldición le llega su rescate.

Según un informe difundido en la revista Archives of Internal Medicine, el chocholate, descubrieron, no engorda. Y, por si fuera poco, está relacionado con la reducción de la masa corporal. En fin, buenas nuevas para comer, ahora sin culpa”.

Bien, podríamos seguir haciendo más y más versiones. La paleta de colores es infinita. En la segunda versión, apelamos a Adán y Eva, en la tercera, recogemos un dato sobre la cantidad de chocolates que comen los argentinos –no hice más que buscar en google “consumo chocolate argentinos” y lo obtuve-. 

Es así que uno descubre que, tal como podemos titular una misma crónica con nombres diferentes, también podemos manipular la información y redactarla de formas muy pero muy diferentes.

Practicar la paleta de colores para una misma información es un ejercicio excelente para avivar nuestra creatividad, mejorar la redacción y entender que somos nosotros los que decidimos cómo contar una historia. Y no la historia en sí.

Nadie quiere escribir variantes sobre una misma información porque ya les costó bastante esfuerzo una. ¿Para qué seguir sudando la camiseta con otra? ¿Qué clase de tortura es esa? Por otra parte, como soy un tutor tortuoso, quiero que esta semana tomes una información cualquiera y la reelaborés en dos paletas de colores posibles.  Y además, me pongas la crónica original tal como fue publicada. Si andás con ganas y tiempo, repetí esto mismo –dos variantes sobre el mismo dato- en  base a otro texto. Así se afianza la paleta de colores y es una técnica que te va a permitir abordar las historias con muchos más ángulos que el resto de esos mequetrefes que dicen ser tus colegas.

 

 

Mirada microscópica.
 

Como bien sabrás, a veces en toda historia o descripción de personajes, o situaciones hay que sobrevolar las cosas. Por ejemplo: "hubo 1000 hinchas en el partido" o "El incendio dejó 30 muertos". El narrador sigue adelante. En tu texto mismo encuentro, ese vuelo a vista de pájaro, fijate: “Sentados en el escenario toman mate en íntima y risueña tertulia mientras Leyes cuenta las novedades y aconteceres burocráticos de la puesta en escena de la obra que están por estrenar”.  

 

No se meten en detalles porque no le importan saber ni personificar los hinchas ni los damnificados por el incendio. O de qué tratan las novedades y la tertulia de los actores en tu texto”.

 

Ahora bien, en toda historia hay un aspecto que el periodista no puede eludir. Hay un momento, el momentum, el nudo que tensiona la soga, donde hay que detenerse y escucharla historia como si fuera una orquesta. Hay que tomarse un tiempo e identificar los instrumentos, cada uno de ellos. De dónde vienen. Cuáles son. Cómo es su sonido. Este momento no debe pasarse por alto. Es la etapa que exige de nuestra mayor rigurosidad. Es decir, saber a qué hora despertó alguien en un día poco trascendente, no tiene sentido. En cambio, si ese día el hombre decidió quitarse la vida, entonces cada detalle será central.

 

A esta técnica es a la que llamo mirada microscópica

 

Como bien lo dice el término, lo que se trata es de poner en relevancia con la mayor minuciosidad cada detalle, como si fuera el estudio de las distintas partes de un insecto.

 

Si uno describe una pelea de boxeo, el momento del k.o. hay que poner la mirada microscópica. Pues cada segundo, cada golpe aparentemente inocente, pudo ser el desencadenante de que el rival termine en la lona. Lo mismo en un crimen.

 

Es importante conocer el momentum. El nudo de tu historia. Para saber dónde aplicarla. En la tarea que te voy a dar, esto es fácil de detectar. Pero a veces, quizás en un personaje, no es tan fácil. En las entrevistas, el nudo de tu historia puede ser el detalle llave. Y es ahí donde hay que aplicar la mirada microscópica. El nudo que tiene que verse en sus infinitas hilachas.

 

La mirada microscópica fue, en definitiva lo que hizo tan valiosa a “La ilíada”, donde Homero a la hora de contar la batalla, narra cada héroe como si fuera único. Homero congela la cámara y te dice quién era el hombre que cae atravesado por la lanza, de dónde venía, a qué se dedicaba, hijo de quiénes era. Y eso es lo que convierte cada muerto, en un hombre de carne y hueso, y no sólo en una cifra en los periódicos.

Convierte tu texto en una película electrizante

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